miércoles, 2 de diciembre de 2015

El vacío desconcertante

CAPITULO 1:El Vacío Desconcertante”

La habitación se estaba poniendo cada vez más sofocante, a pesar del escandaloso sonido del viento que golpeaba contra la diminuta ventana sobre el escritorio. Todo en mi entorno parecía más llamativo que las palabras impresas delante de mí, añadiéndole un borde de áspera irritación a mi falta de concentración para con el tema.
“¿Quién trabaja un primero de mayo?” pensé en voz alta soltando un suspiro de cansancio a la vez que ubicaba mis ojos, ya enrojecidos por la falta de luz, de nuevo en las líneas del texto y leía el artículo de diario una vez más de manera meticulosa a la espera de que la hoja de papel de impresión me diera pistas, o al menos más información con la que pudiera trabajar.


Jueves, 30 de abril.

El enigma que desorientó a todos”
Se oyeron estruendos en las cercanías de la calle Ovidio Lagos al 200, vecinos creen que podría tratarse de un disparo.
Cerca de las 20:00 Hs. de anoche la policía local de la ciudad acudió al barrio Pichincha tras ser denunciado por los vecinos de la zona un imponente estruendo.
Los oficiales declararon que fue Gabriel H., hermano del dueño del domicilio ubicado del lado par de la numeración, quién les facilitó el acceso ya que Esteban H. aún no ha dado señales de aparecer.
Los encargados del caso dieron a conocer esta mañana que la residencia se hallaba deshabitada y con las luces apagadas, por este motivo el hallazgo del charco de sangre semi-seca fue una sorpresa para los presentes.
La casa estaba totalmente vacía” declaró uno de los policías y agregó: “el charco de sangre todavía se está investigando”, al parecer podría tratarse de asesinato y desaparición de la víctima, mientras tanto siguen en busca del propietario del lugar que ya se ha dado por desaparecido.


***

— Bueno señores… Resolvamos esto de una vez y seamos famosos— la voz cadente y tranquila del forense Lorenzo Ferrari, se oyó fuerte y clara al mismo tiempo que levantaba con minuciosa precisión una muestra de la mancha de sangre en el suelo.
Revoleé los ojos ante su fantasía de estrellato, y continué analizando los alrededores de forma lenta, sorprendiéndome por la cantidad de fotos y adornos que poseía el propietario del lugar, más aún por la falta de limpieza de los muebles que a simple vista parecían completamente añejados y faltos de cuidado así como cada cosa puesta sobre las repisas.
La casa de por sí parecía completamente librada al azar, las paredes se veían rajadas desde el techo arruinando el color amarillento de las paredes, los zócalos estaban desprendidos de su lugar y las machas de humedad invadían la mayor parte de los rincones, desprendiendo un olor que competía mano a mano con el aroma de un perro mojado, haciendo poco amena la indagación.
— Este es un caso de mucho ruido… pero si no podemos echarle la culpa al hermano del desaparecido, siendo este el principal sospechoso, no va a tener muchas nueces… así que no pienses en tanta fama, Ferrari— el sonido de la condescendencia de esas palabras solamente podían pertenecerle a mi compañero de brigada, Fernando Suárez, un cuarentón de apariencia dejada, cuya habilidad maestra se basaba en ser el humano más exasperante sobre la faz de la tierra.
— Por supuesto que no vamos a llegar a nada si tú sigues preocupándote más por robarte las pertenencias al pobre tío que por trabajar en tus tareas, Suárez. Al menos podríais procurar que no te descubran… Este es mi último curro en Argentina y estáis de coña si piensas que voy a liarme con el subcomisario Escalante por un gilipollas que no mantiene sus manos quietas— el jefe de brigada Daniel Cortez observó desde su hombro a su subordinado, escudriñándolo con sus ojos oscuros como el café.
El español había llegado desde Zaragoza hacía tiempo, dejando toda su vida al otro lado del océano con el propósito de un futuro mejor.
— Es Suárez, patrón— le respondió el aludido tomándole el pelo adrede— S-U-Á-R-E-Z con “s”.
Cortez rodó los ojos siguiendo la burla ante su inevitable forma de ponerle la ‘Z’ a todas las palabras. Algunas veces era más sencillo seguirle el hilo de la conversación que discutir con él.
— Mira si eres capullo…— dio un rápido vistazo al reloj en su muñeca— Vale señoritas, ya voy tarde. Encárguense de esto, y no lo arruinen— la autoridad de su tono fue acatada por cada uno, luego sus ojos se centraron en mí— Garibaldi, estás a cargo.
— Señor, sí señor— le respondí haciendo con mis dedos un saludo militar en broma.
La puerta de entrada de la casa hizo eco en las paredes vacías, y por unos breves segundos el silencio colmó el lugar.
— El inspector a cargo, Carlos Garibaldi— bufé con molestia, siempre se podía contar con el sarcasmo de Suarez para saturar el ambiente.

La noche del viernes se volvió tediosa, el ruido de las discotecas y bares ahogaban por completo cualquier amague de concentración que hubiéramos tenido la intención de mantener. Ninguno de los que estábamos dentro de la residencia abrió la boca, haciendo los minutos largos e interminables.
Mi cuerpo ya se sentía pesado, y tenía la cabeza sumergida en una enorme nebulosa de ideas confusas, bostecé ampliamente acomodándome sobre una de las pocas sillas que no tenía valor de evidencia…
— ¡Hola! ¿Inspector Garibaldi?— parpadeé repetidas veces sacándome las lagañas de los ojos con torpes restriegues, el lugar se hallaba completamente iluminado por la luz de la mañana, el reloj puesto sobre el sillón de la sala marcaba las 9:00am, definitivamente me había quedado dormido en algún punto sobre la madrugada.
Me acomodé un poco, imponiendo algo de seriedad al tiempo que me esforzaba por enfocar al ser humano delante de mí, claramente fue una sorpresa notar que se trataba de un adolescente delgado de no más de diecisiete años.
Entrecerré los ojos, analizando al recién llegado que rondaba el metro setenta de altura, sus jeans se veían gastados, aunque el azul oscuro aún se diferenciaba, y su campera de gabardina negra casi lo engullía haciéndolo parecer mucho más flaco de lo que en realidad debía ser.
— Por su aspecto usted debe ser Carlos Garibaldi, el inspector a cargo del homicidio— me rasqué la cabeza con lentitud, masticando cada gesto y palabra del muchacho, pero centrándome sobre todo en el par de mocasines de color marrón claro que llevaba puestos, los cuales parecían fuera de contexto en un adolescente de este siglo— Mi nombre es Auguste Doyle, es un placer conocerlo.
Las musarañas desaparecieron al oír su nombre, era ridículo creer que el muchacho se llamara así realmente. Mi cabeza maquinó a una velocidad vertiginosa, ¿quién era el chico?, ¿cómo había entrado?, ¿por qué sabía mi nombre? Y… ¿por qué se vestía de esa manera?
Doyle no quitó ni por un momento sus fríos ojos grises de mí, no tan, compuesto rostro, incomodándome instantáneamente. Tosí aclarándome la garganta.
— No podés estar acá, esto es una zona cerrada por investigación.
Auguste sonrió de manera corta y casi imperceptible, todo en él gritaba petulancia.
— No tiene de qué preocuparse, el hecho de que yo está acá no le va a molestar en absoluto…— caminó alrededor de la sala de estar, curioseando distraídamente entre los adornos viejos, dejándome la comodidad de examinar su forma de actuar libremente. —Es más, hasta podría decirle que mi presencia le va a ser más una utilidad que un estorbo, debido a que es justamente por lo que vine… Para ayudarle a resolver el homicidio.
Su seguridad al hablar me estaba poniendo los pelos de punta.
— ¿Quién te dejó pasar?, es zona restringida y… ¿Cómo sabes mi nombre?
Auguste soltó un soplido exasperado, y observó con cuidado la estructura color amarillenta, sopesando la idea de apoyarse sobre la pared vacía de la sala, la cual posiblemente se vendría abajo ni bien el pusiera algo de peso encima, al final optó por deambular mientras toqueteaba sin parar un pequeño perro de porcelana.
Abrió la boca para hablar dejando su vista fija en el objeto de distracción.
— Ya me dijo que es restringida, créame que estoy enterado de ese hecho, ahora bien… Sé más de su persona que solo su nombre… Usted es Carlos Garibaldi, un inspector recién ascendido, uno de los poco oficiales que aún están limpios de corrupción. Su jefe de brigada, el Sr. Cortez, está a punto de dejar su cargo, y por ese motivo usted es el encargado de este caso— mis ojos no podían dejar de mirarlo— puedo darle detalles tontos y banales, como que es dueño de un auto nuevo, el cual no compró sino que fue un regalo… Es amante del Rock and Roll, en especial de la banda estadounidense “Guns’N Roses”, vive con su madre… ¿Necesita que continúe, o eso es suficiente?
Un escalofrío recorrió mi columna, provocando como respuesta que Doyle soltara una risita arrogante. Se estaba volviendo cada vez más molesto.
— ¿Esto es alguna clase de broma?— me paré con firmeza, aplaudiendo de manera ridícula y exagerada, mientras iba en busca de la única persona que podría ser responsable de una jugada tan infantil— ¡Suárez, ya es suficiente!, ¡se terminó el chiste!
El adolescente meneó la cabeza con un gesto de preocupación en su rostro lampiño, dejó el adorno de porcelana en su lugar y se acercó a mí con cautela, como si estuviera tratando con un desviado mental, en lugar de alguien con un cargo importante.— No es ningún tipo de broma, y estoy un poco ofendido de que piense que soy un simple peón de un libro de chistes— la agudeza de su voz sonó afilada como la punta de un bisturí.» Le propongo algo… Sí soy capaz de impresionarlo con mi análisis acerca de su vida entonces usted me deja ayudarlo con la investigación policial— hizo una pausa— pero, de ser así, tiene que prestarme atención sin replicarme las cosas a pesar de que haya momentos en que piense que lo necesario no es moralmente correcto, y sobre todo aunque parezca estúpido para alguien de su rango seguirle la corriente a un simple estudiante de secundaria de dieciséis años. ¿Qué dice?
Extendió su delgada mano hacia mí, esperando paciente para que la tomara y así cerrar el trato.
En mi tiempo como oficial nunca nadie había sido tan directo cuando se trataba de imponer cosas, por lo que gran parte de mí gritaba a viva voz que lo sacara de la casa, que no le prestara atención a nada de lo que decía, pero otra parte, una mínima, me advertía que el niño llevaba la razón.
«A veces sos bastante obtuso, Garibaldi» la voz de mi inconsciente se burló de mí con soltura, y tenía razón, no quedaba nada por pensar.
Estiré mi mano, apretando firmemente la suya y con seguridad dije:
Trato hecho. Auguste sonrió como el gato de Cheshire, sus ojos grises se habían iluminado ante mi aprobación, pero con un tosido disimulado volvió a su estado profesional. — En realidad mi punto de partida fue encontrar al encargado del caso, para luego usar el mismo truco que use con usted, con un suboficial que me diera pistas acerca de usted. El trato fue sencillo, no haría pública la información que él me diera, consiguiendo así descifrar cual era su vehículo…
Su resolución entró por mis oídos, pero no quedó retenida en mi cerebro. La actitud presuntuosa del chico ya me había enervado por completo.
— No entiendo… ¿Buscaste a un suboficial para preguntarle cuál era mi auto?
Rodó los ojos con impaciencia. La sala de estar de la casa se estaba poniendo cada vez más pequeña y maloliente, y empezaba a sentirme ahogado.
— Inspector… ¿realmente va a obligarme a remontar toda la línea de pensamiento que me condujo a obtener detalles simples sobre usted? ¿No quiere hacer uso de su inteligencia superior?— elevó una ceja castaña, la ironía se filtró sin sutileza, yo esperé sin decir ni una sola palabra.
Él suspiró.
» Si así lo quiere…—tomó una bocanada de aire— Cualquiera que sea al menos un poco observador puede darse cuenta de que su vehículo tiene un increíble buen estado, aunque no cualquiera nota que la primera letra de la patente pertenece a un 0 kilómetros. Puedo agregar a esos dos pequeños detalles que el modelo del transporte es un Volkswagen Bora, es decir, una gama media alta, ¿verdad?... Me dirijo así a la sencilla lógica de que, sí bien un plan de pago aliviaría el costo, sería difícil para alguien con un salario precario, como es el de un policía, fuera capaz de adquirir dicho auto…— Tosió aclarándose la garganta y continuó:
— Sí bien la frase:
“No hay que juzgar a un libro por su tapa” es muy cierta, usted no tiene los marcadores de un oficial corrupto, es fácil darse cuenta de ello ya que la forma de actuar que tiene para con sus colegas es demasiado…— movió las manos en busca del adjetivo correcto— servicial, si puedo ponerlo en algún termino sencillo. Deduje que vive con su madre debido a dos particularidades: la mancha de salsa roja en el cuello de su camisa, lo cual denota su falta de cuidado, y la forma perfecta en que su ropa está planchada, cosa que claramente fue hecha por una mujer, y por su edad claramente es su madre. Ahora bien, señor Garibaldi… puedo proseguir con sus zapatos costosos, un par que no pueden ser conseguidos por cualquier persona, sino por alguien cuyo poder adquisitivo es mayor a la clase media, lo que nos lleva a pensar que, al ser su familia adinerada, el Bora fue un regalo de sus padres.
Mis ojos estaban abiertos como platos y mi boca cayó con todo su peso, su facilidad con las relaciones de datos era increíble, muchísimo mejor que la de muchos dentro de la brigada. Auguste llamó mi atención con un carraspeo.
— El último punto de mi argumento es su gusto por “
Guns N’ Roses”, el cual fue la parte más sencilla de toda mi investigación puesto que posee una calcomanía con el logo característico de dicho grupo en su parabrisas trasero; una calavera con galera, dos revólveres, y dos rosas rojas que no corresponden a ninguna otra banda de rock.
Tragué duro, mi garganta parecía estar albergando una enorme lija que me hacía imposible sentirme cómodo.
— ¿Quién sos realmente, Auguste Doyle?
— Le dije, soy un detective consultor…. No hay trucos, lo que usted ve, es lo que hay.
Una última pregunta rondaba en mi cabeza.
— Con respecto a la renuncia de Cortez… ¿Cómo lo dedujiste?
Soltó una risita corta.
— Eso me lo dijo Lorenzo Ferrari.
— ¿Nuestro forense?
— Exactamente. Es usted un entendedor bastante eficaz— dejé pasar la altivez deliberada de sus palabras, algo que él notó sacándole una mueca de orgullo propio digna de un púber— un trato es un trato… ¿va a dejar que le ayude a resolver el caso?
Abrumado ante su exorbitante inteligencia, asentí.
— Podés ayudarme en cuanto y en tanto no destruyas, desperdicies, o arruines ninguna evidencia. ¿Fui claro?
Afirmó varias veces con la cabeza.
— No se preocupe, yo simplemente me voy a ocupar de verificar algunos indicios.
Fueron segundos los que tardó el joven en arrimarse junto a la sangre en estado casi coagulado.
Lo observé en completo silencio, viéndolo extraer del bolsillo interno derecho de la campera, una pluma plateada junto a una libreta color negra que tenía grabadas en un color dorado oro las iniciales “C.A.S” justo en el centro de la tapa. Quité mi atención por un momento, para notar que sus manos estaban calzadas con dos guantes de látex blanco. Sus movimientos al tocar la evidencia eran precisos, deliberados, y exactos, sus dedos índice y pulgar frotándose entre sí para comprobar el espesor.
Realmente me resultaba sorprendente que un muchacho de tan corta edad tuviera la capacidad de entender un caso de tal magnitud y sobre todo interesarse sobre ello. Seguí viéndolo a medida que, con una lupa al estilo Sherlock Holmes, examinaba el guante manchado, metiéndolo luego en una bolsa plástica de evidencia.
Al terminar con su tarea Auguste no prestó atención a mi persona, él simplemente se acercó al lugar donde Ferrari estaba, mostrándole con seriedad su evidencia.
— Sr. Ferrari, no quiero interrumpirlo pero encontré algo…— entregó la bolsita al forense, desocupando sus manos para poder escribir en la pequeña libreta negra. Un par de segundo más tarde Lorenzo movía sus ojos oscuros por el pedazo de papel, con una sonrisa cruzándole la cara de oreja a oreja.
— Apenas terminé de estudiar esto les paso el informe— tecleó en su teléfono celular con rapidez, mientras que con paso casi atolondrado se retiraba del lugar. Pude verlo entrar al vehículo policial y alejarse.
El simple hecho de que el renombrado forense de cincuenta años le prestara atención a un novato me dio toda la seguridad que necesitaba para que mi desconfianza en el asunto disminuyera casi por completo.

Nos quedamos en silencio por un rato, personalmente yo nunca había sido un tipo de muchas palabras. Jamás había sido de esas personas que necesitaban llenar constantemente el mutismo de un ambiente.
— Inspector… no me gustaría sacarlo de su nube de pensamiento pero el subcomisario está llegando.
El sonido de esa oración me puso los pelos de punta. ¿Qué se supone que le dijera a Escalante cuando viera que había un intruso sin licencia en la escena del crimen? ¿Cómo iba a explicar el hecho de que le había dado libre albedrío para meter las manos en las pruebas incriminatorias?


Norberto Escalante cerró la puerta de entrada con fuerza— una maldita costumbre que todos odiábamos con profundo fervor— dándonos la pauta de que había llegado. Fijó sus ojos arrugados en el adolescente de metro setenta que, con absoluta concentración, estudiaba los rastros de sangre que el asesino había dejado al arrastrar a su víctima.
Sentí como una fría gota de transpiración me recorrió la espalda, un error podía significar mi trabajo, y dejar que un desconocido se inmiscuyera en un asunto privado contaba plenamente como una falla de profesionalismo.
— La extensión del charco pasa por tres puntos, Garibaldi— Auguste habló para mí— la cocina, el living y el comedor de la casa, pude ver que también llega al patio. Pude percatarme de que no es un simple arrastre abstracto, sino que se trata de huellas de una medida cercana entre un talle 43 y 44— giró su cabeza en mi dirección ignorando a la autoridad a mi lado— por lo que se divisa a simple vista el victimario debió caminar en reverso, se puede ver por los rastros de césped encontrados en el cerámico desde el pasillo externo hasta la puerta que guía a la entrada, en otras palabras: la calle.
Cuando terminó de hablar fijó sus claros ojos grises en Escalante, quién con una sonrisa de conocimiento extendió una callosa y gruesa mano en su dirección.
— Soy Auguste Doyle, un placer conocerlo señor.
El hombre de cabello oscuro y ojos como el café puro le dio un apretón firme, soltándolo con ligereza.
— Es un placer saber que usted Garibaldi, ya conoció al muchacho.
La situación se tornó extraña. ¿Por qué todos parecían tan a gusto con el muchacho?
— Auguste es el aprendiz de un muy viejo amigo— tosió ásperamente— cuando supe que teníamos un caso de este calibre en nuestras manos y a sabiendas que Cortez se retiraba del puesto de jefe de brigada, llamé al grupo del que Doyle es parte— se dirigió al antes nombrado— y, aunque sé que sos un detective muy capaz, esperaba que todos los agentes se presentaran.
El estudiante sonrió con respeto.
— Pienso que no es necesario traer a todos para resolver este rompecabezas, al fin y al cabo no parece un problema mayor.
El corpulento jefe largó una risa grave, que me hizo pensar que todo estaba siendo demasiado fuera de lugar, sobre todo porque no hubo molestias cuando el chico puso fin a la charla al dibujar un croquis en su cuaderno.


Enseguida vuelvo – agregó Auguste yéndose del domicilio – debo atender un asunto.

— Deberíamos volver a la oficina, Garibaldi. Tenemos varios historiales que revisar—asentí, el tono autoritario del jefe no era algo que pudiera contrariar, por lo que ambos emprendimos un corto viaje de diez minutos en auto, enviándole al joven detective y a Suárez un mensaje informándoles nuestro paradero.
Cuando el minuto noventa en ausencia del muchacho de ojos grises sonó y una gran cantidad de policías científicos ya habían vuelto al bufete, un agitado suboficial entró al despacho, mirándome con ansiedad en los ojos.
— Señor, pudimos contactar a los sospechosos, son cuatro en total, pero solo hay uno esperando afuera.
Estudié al hombre de camisa arrugada y cabello engominado mientras intentaba, sin éxitos, recordar a que se refería.
— ¿Podría explicarme de sospechosos me está hablando?

El hombre frunció el ceño.
— Los que me mandó a buscar… El chico me informó que usted los requería así que dimos con el paradero de todos.

Tomé una profunda respiración, fingiendo recordarlo.
— ¡Ah!, el chico… Por supuesto que sí… Muchas gracias.
Frente a mí, Escalante bufó con sorna. Años de trabajo a su lado habían logrado que el subcomisario aprendiera cada uno de mis gestos y expresiones tanto faciales como corporales, lo que por supuesto, resultaba una molestia la mayoría del tiempo.


Después una muy larga y poco productiva indagación al historial del hermano de la víctima, mi cuerpo estaba entrando en un desgaste, lo mismo sucedía con el rostro del subcomisario.
— Al parecer, acá no se me necesita más— clavó sus ojos cansados en mi rostro— Cualquier cosa que suceda, ya sea una nueva evidencia, o algo fuera de lo normal me llamas. ¿Correcto?— asentí, despidiéndome de Norberto Escalante y percibiendo el cuerpo alto y delgado del adolescente ingresando.
— ¿Los sospechosos ya llegaron?
Su falta de explicaciones acerca de su desaparición y el tono brusco en el que salió su pregunta picaron más de lo que era natural en mí, provocando una respuesta un tanto hosca.
— Solo el hermano de la víctima, pero su historial es casi inservible. Su madre murió hace meses, pero Esteban Hernández no recibió ningún tipo de herencia debido a que la señora hizo una sucesión en vida dejando todo en manos del sospechoso Gabriel Hernández, lo que posiblemente haya generado un conflicto entre ambos hombres. Como ves, no existen datos válidos.
Auguste respiró profundo, pasándose las manos por el cabello observó algo por detrás de mí.
— Jefecito, los otros tres fantásticos están en la puerta… ¿les digo que ingresen, o les damos café y se hacen un picnic afuera?
— ¿Habla de los sospechosos? — Doyle se acercó a mí, hablando por lo bajo aunque no logrando pasar desapercibido para Suárez que le dio una mirada irónica.
— ¿De quién más podría estar hablando, nene?... ¿Ves Garibaldi? Este es la razón por la que no hay que traer a los hijos al trabajo…— el humor ácido transformó la expresión calmada del muchacho.
— En primer lugar, no debería dejar que sus chistes sarcásticos salgan a la luz, ya que de ese modo nos facilita al resto de nosotros notar su bajísimo C.I
1, y en segundo lugar, no soy hijo del inspector Garibaldi— sonreí ante el énfasis que le dio a mi cargo. Él prosiguió— sino que soy el consultor contratado por el subcomisario debido a que estaba un poco preocupado de que personas como usted pudieran hacerle agua a todo el caso. Por último, dígales que entren en orden, primero Hernández, luego Adboul, Oliveros y finalmente Griandoli. Ahora continúe con lo que sea que haya estado haciendo, quizás de este modo pueda, de una vez, crecer como policía y no quedar por siempre atascado en un cargo menor.
Nunca en la cantidad de tiempo que había trabajado en la misma brigada que Suárez había visto una expresión tan humillada en su rostro. Debo decir que, claramente, me produjo la sensación más satisfactoria que hube sentido en todo el día. El oficial clavó sus ojos cafés en el rostro joven de Auguste, fulminándolo por completo.
— Lo que me faltaba era tener que soportar las respuestas sabiondas de un mocoso. Primero acomodan al Inspector Clouseau
2, y después traen a su fiel seguidor. ¡Qué generosos que son todos en esta brigada!— mordí mi lengua con el objetivo de no soltar la profunda carcajada que la situación ameritaba al ver a mi compañero de cuarenta años patear el suelo como un nene de cuatro con berrinches, mientras que caminaba hacia la salida y chillaba el nombre de Hernández.

Doyle me observó con diversión en sus claros ojos grises.
— No me parece correcto decirle esto a mi superior a cargo pero... Fue totalmente vigorizante ponerle un alto a su actitud.
Asentí solemnemente con la cabeza, observando entrar a Gabriel Hernández cuyos hombros se hallaban caídos por el agotamiento, sus ojos pequeños color chocolate estaban enmarcados por ojeras y sus pupilas estaban colmadas de una melancolía que traspasaba la barrera de lo tolerable. A simple vista pude notar que su cabello tenía rastros de varias pasadas de dedos lo que le daba una apariencia desaliñada.
A mi lado el muchacho de cabello castaño se puso de pie, dándole lugar al interrogado de sentarse.
— Buenos días señor Hernández, mi nombre es Auguste Doyle. Soy el consultor del inspector a cargo de esta investigación, el señor Carlos Garibaldi— Hernández movió su cabeza de manera afirmativa sin decir palabra alguna— lo que ahora haremos son preguntas rutinarias. Lamento también que haya tenido la mala suerte de ser mal atendido anteriormente, siento decir que para ese momento no me hallaba presente.
El interrogado jugueteó con sus manos al mismo tiempo en que Auguste tomaba asiento en el escritorio y acomodaba el antecedente del hombre de ojos chocolate.
— Es bueno saber que no todos los detectives tienen el mal carácter del oficial anterior.
Meneé la cabeza con disgusto ante dicha afirmación, estaba un poco avergonzado de que nuestra brigada decayera en prestigio debido al comportamiento desagradable de Suarez.
— Mis disculpas por el mal rato, Sr. Hernández. El oficial Fernando Suárez fue educado por los hombres de Neardenthal— rodé los ojos, notando una pequeña sonrisa en mis dos acompañantes.
Luego de algunos segundos Auguste sonó sus dedos y clavó su vista en el sospechoso.
— Bien, comencemos. Tengo entendido que su madre le dejó cada uno de sus bienes a usted, ¿es correcto?
El señor de cabello castaño tardó un par de segundos en responder a la pregunta.
— Lo que realmente hizo mi madre fue dejarme una sucesión en vida— soltó un pequeño suspiro— algo que no me sorprendió demasiado ya que mi hermano poseía en ese momento problemas legales.
Doyle escrudiñó el rostro decaído de Gabriel.
— ¿Podría decirme que tipo de problemas legales?
El acusado bajó la vista, se veía que el tema le era incómodo.
— Dos denuncias, una por violencia de género para con su ex mujer, y otra de parte de un antiguo socio por fraude.
Asentí apuntando cada cosa que oía, mientras que mi compañero adolescente hacía las preguntas.
» Me gustaría dar una aclaración— la voz anteriormente gastada de Hernández se volvió clara.
Auguste movió la mano dándole al hombre libertad de expresión.
» Por motivo del crimen tuve que aplazar un reciente viaje a Europa. Me pareció correcto que ustedes lo supieran.
El viaje a Europa sonaba como un dato totalmente irrelevante, pero mentalmente le di puntos extras por ser tan sincero.
— Es bueno saber que alguien es capaz de volar hacia Europa con esta economía…— el comentario algo tajante del muchacho de ojos grises me sorprendió, y al parecer también al aludido, porque su expresión se volvió a la defensiva.
— Entre algunos ahorros y la sucesión puede comprar suficientes monedas extranjeras. Pensaba salir hoy a la tarde pero viendo las condiciones en las que me encuentro en este momento me es difícil alejarme.
— Bueno, por favor. No nos desviemos del tema principal. ¿Tiene más que pueda comentarnos?
Una gota de sudor bajó por la sien de Gabriel Hernández y sus ojos se volvieron totalmente distantes.
— Bueno… yo… yo creo que mi hermano mató a mi madre…— el temor de su tono se convirtió en algo inquietante. La declaración quedó flotando en el aire por algunos momentos, luego mi socio hablo con claridad y tensión.
— ¿Dónde se encontraba ayer entre las diecinueve treinta y las veinte horas?
— Trabajando.
Auguste asintió.
— ¿Puede ser esto comprobable?
— Todo está grabado por cámaras de alta tecnología. A las ocho… lo siento, a las veinte treinta salí del lugar, y para las veinte cincuenta y cinco estaba en mi casa.
El rostro de Hernández se veía impasible, ningún rastro de duda surcaba sus ojos.
— Le agradezco la colaboración para con nosotros, y le agradecería si no saliera del país por un tiempo.
Nos colmamos de silencio en los buenos veinte minutos que duró la espera a la llegada de Adboul, y tanto el muchacho de ojos grises como yo nos sorprendimos al ver a la mujer que entró por la puerta del despacho llevando una minifalda tubo de color negra junto a una blusa color bordó oscuro que la hacía parecer mucho más joven que sus cuarenta y tantos.
A simple vista Claudia Adboul parecía una mujer elegante con sus ojos estrictos color miel y facciones refinadas, todo concluyendo en un cabello rubio y lacio que caía limpiamente sobre sus hombros llegándole hasta los lumbares. Si de algo podía estar seguro era que la sospechosa era realmente bonita.
Estudió cada parte de la oficina, desde las paredes pintadas de un monótono color crema, hasta el piso de madera pulida. Paseó sus iris por los diplomas de estudios, deteniéndose en algún que otro retrato de antiguos colegas que decoraban el espacio, todo parecía llamar su atención, incluido mi reciente colega.
— Señora Aboul, puede tomar…
Ella entrecerró los ojos con irritación, interrumpiéndome.
— ¡Señorita! ¡Soy la señorita Claudia Adboul!
Tomé un largo respiro. Su apariencia física era una fachada detrás de su carácter.
— Lamento el infortunio, Señorita Adboul— sonreí con toda la calidez que fui posible, algo que aparentemente la confortó. — Mi nombre es Carlos Garibaldi, soy el inspector a cargo del caso, y la persona aquí presente es…
— Auguste Doyle, un informante esencial para este caso ya que vi como usted estuvo en la casa de Esteban Hernández en el momento del disparo— la firmeza en la aguda voz de Doyle me sorprendió.
La mujer golpeó el escritorio con ambas manos al mismo tiempo en que saltaba de su lugar.
— ¡Eso es una mentira!— gritó a viva voz.
Auguste soltó una risa burlona.
— Yo la vi, Señorita Adboul. No puede desmentirlo, usted se encontraba en la puerta de entrada del domicilio a las 19:36 hs del día del disparo.
Por un momento esperé que la mujer de cabello rubio volviera a gritarle pero, por el contrario, volvió a sentarse y se limpió los ojos de forma sutil simultáneamente sorbió por la nariz.
— Sí, usted tiene razón, pero puede confiar plenamente en que no le disparé.
Mi socio asintió cortamente, ocupando su lugar detrás del escritorio.
— Señora… perdón, Señorita Adboul, tengo entendido que la víctima fue su pareja durante un periodo de tiempo prolongado. ¿Es esto verdadero?
— Así es, amé a Esteban Hernández por casi seis años, hasta que... — se interrumpió a sí misma, sopesando la cantidad de información que revelaría.
» No estoy segura de que datos poseen en sus manos, pero les aseguro que voy a contestar cualquier pregunta que me hagan con respecto al caso.
— ¿Hace cuánto tiempo estaban separados usted y el señor Hernández?
Sus ojos se llenaron de brillo lloroso.
— Nos distanciamos hace diez meses, porque él…— volvió a callarse, esta vez con una expresión de miedo grabada en su bonito rostro.
— Porque él la golpeaba— Auguste Doyle era sorprendente cuando se lo proponía— y en uno de esos ataques de ira, el señor Olivero se interpuso entre ustedes, logrando así que usted abandonara a Hernández y huyera de su casa con Juan Agustín Olivero.
— ¿Y usted como sabe eso?
Esperé en silencio.
— Le mentí cuando me presente como testigo esencial del caso. Verdaderamente soy consultor del inspector a mi lado, y por tal razón mi trabajo consiste en saber la historia de vida de mis indagados. Ahora bien, ¿sabe de alguien que tuviera a la víctima en la mira del arma?
Ella corrió sus asustados ojos miel a mi rostro en busca de aprobación, por lo que gesticulé en afirmación.
— Sé de un ser humano que quería a Esteban muerto, y ese es su ex socio Adriano Griandoli. Él…
— Eso será todo Señorita, puede retirarse ahora.
La aludida desapareció del espacio tan rápido que no fui capaz siquiera de decirle que le agradecía su colaboración.
— ¿Cómo se te ocurre despacharla de esa manera? ¡Yo todavía tenía más preguntas! — reproché, ganándome una rodada de ojos increíblemente condescendiente.
— Cuestionarla era extender el asunto más de lo necesario. Esa mujer estaba asustada y no era la culpable.
— ¿De qué hablás?, ¿Cómo que no era culpable?
Él suspiró hondamente, crujiéndose los dedos en el proceso.
— La explicación más sencilla es que le mentí acerca del horario del disparo. Le dije que mataron a su ex pareja a las 19:36 hs, cuando en realidad el horario exacto es a las 20:00 hs. lo cual para ella fue totalmente irrelevante, lo que me lleva a explicarte la búsqueda de pistas mediante un estudio de P.N.L.
Mi cabeza giró absolutamente desorientada.
— ¿Y serías tan amable de explicarme que significa PNL?
— Por supuesto, el PNL es la Programación Neurolingüística, mejor conocida como el estudio de las micro-expresiones de una persona. Esto me lleva a comentarle que observe sus gestos faciales para saber si mentía.
— No entiendo, ¿qué gestos te hicieron darte cuenta?
El adolescente se rascó la cabeza con nerviosismo.
— ¿Cómo podría ser más sencillo de comprender?... ¡Por supuesto!
Sin decir nada salió de la oficina, para volver luego con mi compañero de brigada Fernando Suárez a su lado. Me mantuve en silencio.
— Suárez, ¿Cuándo fue la última vez que hurtó algo? — el oficial hizo silencio por unos segundos, luego contestó:
— Nunca hurté nada en toda mi vida.
Solté una pequeña risa.
— ¿Lo notó? Fernando tardó algunos segundos en responderme, ese tiempo fue utilizado por el cerebro para fabricar dicha mentira. ¿Pudo fijarse en los micro gestos? Levantar su ceja al oír mí pregunta, y luego la arqueó al darme su réplica. Dos marcadores de una falacia.
Suárez pisoteó el suelo.
— ¡Yo no miento!
— Si usted lo dice…
Meneé la cabeza con disgusto.
— Puede irse.
El golpe de la puerta retumbó en las cuatro paredes.
— Es sencillo saber cuándo el oficial miente, pero fue una línea de pensamiento muy inteligente.
— Le dije desde un primer momento que sería una gran ayuda para este caso. Usted simplemente es demasiado terco como para prestar atención.

El tercer sospechoso era un hombre de aspecto fuerte y trabajado por horas. Su cabello y sus ojos tenían un color café contrastantes con su piel curtida por el sol, pero pese a su metro setenta y tantos su actitud era ridículamente temerosa.
— Buenos días Señor Olivero, es un placer…
— ¡Yo no tengo nada que ver!
— Está bien, primero debería calmarse. Usted y yo sabemos que si se altera las cosas no van a resultar productivas.
El asintió a medias.
— Quiero que sepa que no quería que muriera, Esteban era un amigo mío desde la infancia y, a pesar de que Claudia sufrió mucho por su culpa, nunca deseé que muriera.
Doyle se mostró serio.
— Todo el mundo es culpable hasta que se demuestre lo contrario, o en este caso hasta que tome sus huellas dactilares y las coteje con las que fueron encontradas en el arma.
La tensión del cuerpo del sospechoso era tan palpable que sentí lástima.
— Escúcheme; ni Claudia, ni yo pusimos las manos encima de ningún arma. Ninguno de nosotros es un asesino…
Los ojos de Auguste se estrecharon.
— Estuvo cerca de la casa de la víctima a la hora del disparo, ¿qué puede decirme de ese dato tan relevante?
El tono del muchacho cortó el aire como un cuchillo.
— ¿Acaso usted no lo entiende? Leí la noticia de principio a fin y dice explícitamente que el disparo fue a las veinte horas. Yo estuve próximo al lugar a las dieciocho horas, aunque nunca llegué a entrar ya que Esteban no quiso abrirme, simplemente dijo que me fuera y eso hice. Después de eso, exactamente media hora después me hallaba con la Señorita Adboul.
— ¿Y qué me dice de los enfrentamientos violentos?
— ¿Cómo lo supo? Fueron los vecino, ¿cierto?
— Exactamente— la sonrisa en el rostro del muchacho me produjo una extraña satisfacción, algo se estaba resolviendo dentro de su ingeniosa cabeza— ¿Fue usted verdad?
— ¡No!
Auguste dio un salto, apartándose bruscamente de la silla y golpeando con un puño el escritorio de madera
— ¡Deje de mentir, señor Olivero!
— ¡Por última vez! ¡Yo no miento!
— ¡TODO EL MUNDO A CALMARSE!
Tanto Olivero como Doyle fijaron sus ojos en mí justo en el momento en que otra buena cantidad de gritos colmaban las afueras de la oficina, para que luego la puerta fuera abierta de un golpe seco haciéndola chocar contra la pared.
— ¡La escopeta tiene mis huellas porque fuimos al Club de Tiro Federal! ¡Esteban y yo solucionamos nuestras diferencias varios días atrás!— el disgusto y la ira estallaban en el rostro rojo como tomate del sospechoso Adriano Griandoli.
La sonrisa sabionda en el rostro de mi compañero de menor edad me dio a entender que él también estaba feliz de saber a quién pertenecían las huellas.
Suárez sostuvo ambos brazos del corpulento hombre de cabello enmarañado y ojos negros como la noche. Observé bien sus actitudes, poniendo un poco en juego el análisis gesticular de su cuerpo, encontrándome con que, ciertamente, cada parte de su anatomía gritaba algún sentimiento o emoción.
— Señor Griandoli, lo invito a cerrar la boca y sentarse, usted no está en condiciones de ser un bullicioso, y mucho menos de gritar como un demente en este departamento policial— la cortesía fingida parecía extraña saliendo de los labios del adolescente.
— ¡Ustedes no entienden! ¡Eran mis huellas, pero yo no lo maté!
— Sus huellas van a ser tomadas y comparadas una vez que el interrogatorio se dé por terminado, ¿fui claro? — agregué duramente, y luego fijé los ojos en mi compañero de brigada, que con irritación bufaba junto al tipo— Suárez, escoltá al señor Olivero fuera de la oficina, tómele las huellas y hagan un estudio con el resto de la pólvora.
— ¿Quiere acompañarme, Olivero? ¿O necesita que le ayude a pararse?
El aludido no dijo una sola palabra mientras desaparecía junto a un muy odioso oficial, dejándole sitio libre al próximo indagado, un tipo de cuerpo fornido y estatura intimidante.
— Buenos días, Señor Griandoli.
Él rió secamente.
— No sé qué tienen de buenos.
Auguste sonrió.
— A mi manera de ver, el día por fin tiene sentido ya que ahora sabemos quién es el responsable de tan terrible homicidio, ¿no le parece?
La actitud altanera del hombre menguó casi en su totalidad, aunque sus ojos aún tenían fuego irascible en ellos.
— No sé qué quieren de mí o que buscan sacarme, pero están cometiendo un error.
— Dígame, ¿dónde estuvo entre las diecinueve treinta y las veinte horas del día el crimen?
— En mi casa.
Sabía muy dentro mío que las preguntas directas no servirían para llegar al punto culmine, Adriano Griandoli era un hueso duro de roer.
— Según tengo entendido; usted perdió la empresa que tanto tiempo y esfuerzo le costó fundar a manos del muy ambicioso Hernández.
El aludido rechinó los dientes con fuerza y el éxtasis bailó dentro de mí.
— ¿¡Quién cree usted que es para llamar avaricioso a alguien a quién no conoció!? Nosotros ya habíamos arreglado nuestros problemas, incluso pasamos tiempo practicando tiro.
Auguste rodó los ojos, luego me miró.
— ¿Le parece una buena coartada inspector Garibaldi?
Me encogí de hombros.
— Eso no ayuda contra un juez, le aconsejo que…
Doyle me interrumpió.
— Señor Griandoli, ¿le gustan las apuestas?
El mencionado tosió con incomodidad.
— ¿A qué quiere llegar con esa pregunta?
— Tal como lo dije anteriormente usted no está en condiciones de responder a mi pregunta con otra, así que le pido por favor que conteste lo que le pedí.
— Sí… yo… yo soy un adicto, pero me rehabilité, voy a un grupo de ayuda— la vergüenza en su rostro me puso completamente incómodo.
— Jugadores anónimos. Eso significa que en gran parte usted también tuvo la culpa por el fracaso de la empresa, ¿estoy en lo correcto?
— Lo está.
Auguste hizo soñar la lengua en pequeños chasquidos de decepción, y tomé la palabra.
— Señor Adriano Griandoli, me temo que usted acaba de convertirse en el principal sospechoso al declarar que son sus huellas las que están en el arma, y aunque le harán las pericias correspondientes, el hecho de que su coartada no sea sólida tampoco ayuda. Por este motivo, usted quedara detenido hasta que el caso esté completamente resuelto.
— ¿No lo entienden verdad?... ¡Esto no es justo!
— Como le dije anteriormente, señor Griandoli… Usted no está en condiciones de replicar u objetar nada… Mucho menos sin la presencia de un abogado.

Volvimos a la casa de la víctima ni bien la tarde llegó, el cansancio por el mal sueño me había caído encima como un yunque pero, a pesar de todo, nunca en tantos años de trabajo me había sentido tan lleno de expectativas con respecto a un caso.
Los sospechosos habían sido interrogados, y al terminar las pericias Griandoli fue detenido oficialmente. Todo iba normal, los vecinos de Hernández estaban siendo interrogados, cuando uno de ellos, específicamente el adyacente de la derecha, llamó por completo mi atención.

El hombre de unos cuarenta y tantos observaba cada movimiento que Auguste y yo hacíamos, sus ojos parecían demasiado pequeños para su cara redonda y su cabello, colmado de canas completamente blancas, se asemejaba cómicamente al de Larry de “Los tres chiflados” 3. Desde pocos metros pude notar como su vestimenta poseía varias manchas de grasa y también alguna que otra de tinta de impresión, era el último vecino a interrogar.— Buenas tardes. Mi nombre es Carlos Garibaldi, y soy el inspector a cargo de este caso— estiré mi mano en busca de aprobación— y este muchacho es Auguste Doyle—detrás de mí el adolescente rodó los ojos, asintiendo con la cabeza en forma de saludo.
— Y usted Augusto, ¿no tiene ningún título importante?
Ambos lo miramos confusos.
— ¿De qué habla?
Doyle tosió incómodo.
— Señor, mi nombre es Auguste.
Él enarcó una ceja.
— ¿Sin “o”?
Auguste frunció el ceño ofuscado.
— Exactamente, A-u-g-u-s-t-e.
— ¿Es judío?
Doyle sonrió.
— No, francés.
El tipo meneó la cabeza con disgusto.
— ¿Un francés en Argentina? ¡En qué pensabas, nene?
—No señor… usted está confundido… Yo no soy de Francia, soy argentino, solo mi nombre…
El vecino soltó una risa seca.
— Entonces decime, ¿por qué hablás así?
Auguste sacó los ojos del rostro de su interrogador para mirarme fijamente con expresión preocupada.
— ¿Qué tiene mi forma de hablar?
Antes de que pudiera responder nuestro testigo habló.
— ¡Eso mismo! Decís: “¿que tiene mi forma de hablar?”, en lugar de: ¿”cómo hablo?”
Mi socio se encogió de hombros restándole importancia.— Es vocabulario formal para tener conversación con un testigo, y usted no debería hacerme preguntas tan personales.
— Está bien… sí vos lo decís.
Carraspeé sin sutileza dando por terminada la “charla amistosa”.
— Cómo bien sabe el crimen del señor Hernández sucedió el veintinueve de abril. ¿Notó usted algo extraño desde ese día?
— El disparo. Fue lo más extraño que sucedió últimamente.
— ¿Está usted seguro? Quizás… ¿no vio nada fuera de lo común?— picaneó Auguste en busca de información más relevante. Los pequeños ojos del aludido se ampliaron.
— Ahora que lo dice… La semana pasada alguien estuvo en mi patio puesto que mi perro lo atacó, lamentablemente quién haya sido corrió lo suficientemente rápido como para que no fuera visto. Después mi perro escapó.
— Eso será suficiente— Auguste esta vez extendió su mano hacía el cuarentón, el cual la aceptó apretándola firmemente— Fue un placer señor…
— Waldo Artcrom.

— ¡¿Y usted tuvo el tupé de reírse de mi nombre?!
Waldo se largó a reír a medida que nos alejábamos.

Tanto Auguste como yo estuvimos en silencio por algunos minutos mientras encontrábamos un sitio en el cuál sentarnos. Después de un tiempo hablé.
— ¿Pensas que el asesino lo haya intentado antes y el perro lo delató?
Él clavó sus ojos en un punto más allá de los límites visibles.
— Pienso que fue un simulacro. ¿No le parece extraño que el perro haya desaparecido días después de haber sucedido el hecho? Es demasiada coincidencia, y le aseguro que el culpable del homicidio también es el responsable de la desaparición de la mascota, lo cual es un agravante del delito ya que se considera premeditación.
El muchacho de cabello castaño sacó de su bolsillo una moneda cuya procedencia no vi, y jugueteó con ella, aún sin mirarme— Le recomiendo que envíe a un grupo de peritos a investigar a fondo el patio del señor Artcrom— luego se alejó lentamente.

Volví a entrar a la casa de Hernández después de que los peritos revisaran cada rincón del patio vecino, hallando al adolescente entrando desde el patio y sentándose en el sillón cercano a la ventana, al mismo tiempo que pasaba de mano en mano la moneda con la que había estado jugueteando antes. Sus movimientos eran concentrados, deliberadamente lentos como los de un mago, y sus pupilas no se desconectaron de sus dedos hasta que la melodía del 15° movimiento del “
Cascanueces 4 de Tchaikovsky sonó fuerte y clara desde su teléfono celular.
Desde mi lugar no pude oír que estaba diciendo, pero al colgar su rostro estaba iluminado como la de un fan de Barcelona al ver jugar a Lionel Messi
5 en vivo y en directo. — ¡Carlos! Este caso está cerrado, pero le recomiendo que no haga ningún informe hasta mañana ya que esta noche tenemos mucho que hacer.

Esa misma noche, después de todo un día de idas y venidas, mi cuerpo se movía a la velocidad de un muerto viviente, volvíamos a estar encerrados en la pequeña oficina del departamento policial. Doyle había estado en lo cierto, el caso estaba casi terminado. El sospechoso principal estaba bajo custodia, y no había motivos suficientes para que siguiéramos reteniendo en el país al hermano de la víctima, el cual había pospuesto su viaje a Europa.
— ¡Como no lo pensé!— la euforia de la voz aguda me sobresaltó al punto de darme taquicardia.
— ¿Eh?
— La casa de Gabriel Hernández está completamente vacía, Garibaldi. V-A-C-Í-A.
— No entiendo cual es el punto.
Mi compañero golpeó su frente varias veces contra el escritorio.
— El punto es que nos queda un solo lugar por incursionar, y es… ¡La casa del hermano!
Observé mi reloj con desconfianza, aún no marcaba la una por lo que sin replicar absolutamente nada seguí al muchacho hasta el auto manejando mecánicamente hasta el domicilio acordado.
— La puerta trasera, Carlos.
Aún en silencio seguí paso por paso al ayudante, colándome detrás de él dentro del lugar, el cual se encontraba vacío por completo, lo único que podía notar era una pequeña lucecita de LED color verde.
Nos llevó al menos una hora y media revisar cada parte del lugar, decepcionándonos al no haber encontrado nada que incriminara al dueño.
— Que pérdida total de tiempo…
Asentí lentamente, oyendo de fondo el ruido de una puerta, luego la silueta de una persona se hizo visible. Ni Auguste ni yo saltamos sobre él, por el contrario el muchacho encendió la luz de la sala principal, en simultaneo que yo apuntaba con el arma la sien del fantasma. Mi sangre se drenó por completo al distinguir el rostro demasiado familiar de nuestra ‘víctima’.
— ¿Qué es todo este circo?— pregunté reconociendo al hombre parado a mi lado. El hombre que al principio creí que era Gabriel Hernández, poseía un cabello negro azabache y sus ojos, por el contrario de llevar ojeras, se hallaban en un estado casi demente. Nuestro fantasma era nada más y nada menos que el muerto: Esteban Hernández.
— ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen en mi casa?
Raudamente, Doyle esposó al culpable del homicidio.
— Señor Hernández nosotros somos quienes van a arrestarlo por conspiración, fraude y homicidio.
Mis pies estaban clavados en el piso, mis ojos abiertos como platos y mi arma aún en la sien del hombre.
— ¡Está vivo!... Él… ¡Está vivo!
Auguste sonrió sabiondamente.
— Exactamente, Carlos. Los fantasmas no existen, o al menos aún no se comprueba su existencia…— examinó sobradoramente al culpable— Señor Hernández, este hombre de aquí es Carlos Garibaldi, el inspector a cargo la investigación de su homicidio, pero al parecer… Usted no está muerto… contrariamente, está más vivo que todos nosotros juntos…
Un leve dejo de orgullo surcó mi cuerpo al escuchar su inconsciente sarcasmo.
— ¿Cómo?... Esto no es posible…— la desesperación era palpable en toda la habitación. — Después de todo… ¡Era imposible que lo resolvieran!
— Está equivocado… Su plan fue tan diseñado y premeditado que olvido una simple regla básica: “Los crímenes más simples son los más difíciles de resolver”, ¿y por qué esto es así?... Porque hay muy poco con lo que trabajar, y ahí está su mayor error… ¡La cantidad de pistas que dejó a nuestro alcance!
— ¡Pero todas eran falsas! — el grito del acusado retumbó en las cuatro paredes creando un eco.
— Déjeme explicarle…— tomó aire y comenzó:
» Las cincuenta y un huellas del suelo de su casa estaban muy bien impresas pero, si alguien decidiera arrastrar un cuerpo lo tomaría por las axilas, o en su defecto por los tobillos, lo que provocaría indiscutiblemente que el asesino caminara hacia atrás. ¿Qué quiero decir con esto?, que cualquier huella que hubieran sido dejadas serían borradas en su mayor parte por el mismo cuerpo de la víctima. Otros puntos válidos son: la ausencia del cadáver en la escena del crimen, la inmensa “escenografía” con el charco de sangre y por último el “arma homicida” con las huellas.Esteban abrió su boca para refutar, siendo totalmente ignorado.» Montó todo este show con el objetivo de despistar a la policía, y así usted podría escapar con el dinero de su hermano… Cavó su propia tumba y nos dio la caña a la que nosotros le pusimos la carnada… el viaje anticipado de su hermano…
La capacidad de razonamiento del joven aprendiz me dejó boquiabierto.
— ¿Te diste cuenta que todo era una farsa desde el momento en que entraste?— pregunté, el negó.
— Al principio todo parecía completamente realista, las manchas, el desdibujamiento de la sangre en la línea que divide el patio… Lo que me convenció de que todo esto era una escena de teatro, fue la falta de vísceras y de restos de tela de ropa en ese exorbitante charco de sangre.
Una lamparita se encendió dentro de mi cabeza.
— ¡Eso fue lo que le diste a Lorenzo!
— Ni más ni menos. Esas partículas fueron estudiadas y analizadas minuciosamente. El informe preliminar indicó que se trataba de simple plástico desechable.
Por un momento Auguste hizo silencio, y entendí que intentaba reorganizar sus palabras para completar su línea de pensamiento. » Lo que cerró por completo la situación fue descubrir que ese plástico es del mismo material que se utiliza para fabricar los contenedores de sangre— desvió sus ojos del punto en el que estaban para mirar con desagrado al ‘muerto’— Es usted muy intrincado, señor Hernández… Dispararle al contenedor a quemarropa, calculando el largo de la escopeta para así tirar con una mano y sostener el objeto con la otra dejando una corta distancia entre ambos, para luego arrastrar una tela por la sangre fresca y salir al patio hasta la puerta de calle, es una lógica impresionante…
— ¿Qué sucedió con el resto de la tela y los zapatos manchados de sangre?
— Ambos fueron puestos en alguna bolsa, y desechados, Carlos… En cuanto al resto es una resolución muy sencilla… Le pedí a un conocido que rastreara las cuentas del señor de aquí, dando con el interesante dato de que habían sido vaciadas días antes… Lo que me parece una total inhumanidad es hacer desaparecer al perro del señor Artcrom así como así… Simplemente para que no sea un estorbo al momento de escapar.
Lo miré con desprecio.
— Es una lacra.
— Es cómico como podemos asombrarnos de alguien que mató a su propia madre solo por dinero.
El rostro enloquecido de Hernández se volvió pálido, sus manos temblaban detrás de su espalda.
— ¿Cómo supieron?
— La cámara de seguridad lo tomo asesinándola en la calle.
Él hombre soltó un chillido de furia.
— ¡No es posible! ¡YO UTILICÉ UNA CAPUCHA!
La sonrisa en los labios del niño era de absoluta victoria. Auguste había movido los hilos del títere de modo tal que cuando llegara el momento él se hundiera en su propia arena movediza. La luz verde que había visto sobre la estantería era una cámara de seguridad que grababa constantemente.
— Al juez le alegrará oír su confesión grabada. Enfrentará varios cargos y, si mis cálculos no fallan, encontraremos alguna identificación falsa cerca suyo… Lo que, dicho sea de paso, engrosará el portuario con otro cargo de falsificación… Se ha hundido muy profundo, Fantasma.

El día tres de mayo llegó rápido, y entre la liberación de Griandoli y el arresto de Hernández mi noche de sueño había sido lo suficientemente corta como para hacerme llegar tarde a la central de policía, lo cual extrañamente no fue un problema debido a que todos allí me observaron como si yo fuera un actor de Hollywood en lugar de un inspector.
— Felicidades— por primera vez en años Suárez me dio una sonrisa rápida, junto a un diario local de nombre “La Capital” en cuya tapa podía leerse: “Héroe resuelve un caso de novela” en adjunción con una foto en la que me veía yo justo en la puerta de la casa del culpable. Después de varias felicitaciones mi teléfono sonó.
— Ferrari.
— El chico quiere verte en la estación de servicios de Felipe Moré y Mendoza dentro de una hora.
— Gracias por el dato, Lorenzo.

El muchacho de cabello castaño y ojos grises estaba sentado en la penúltima mesa de la derecha en el bar de la gran estación. Al verme levantó una mano y sonrió haciéndome señas de que me acercara.
— Que bueno verlo, Garibaldi.
— Lamento mucho lo de la prensa, no lo sabía…
Él se encogió de hombros.
— Yo sí, realmente fue idea mía.
— Pero… ¿qué objetivo tiene darme el crédito a mí de algo que fue mérito tuyo?
Auguste sonrió calmadamente.
— A la central no le conviene que los lectores sepan que un escolar de dieciséis años resolvió un caso… Que el público lea acerca de cómo la policía local no tenía ni la más mínima idea de cómo comenzar a investigar es quitarle prestigio a cada uno de ustedes. Francamente es preferible que usted se lleve los aplausos, mientras que yo trabajo en las sombras… Usted me sigue llamando para los casos de gran reto y yo lo dejo tener su fama.
— Pero trabajarías sin paga…
— Nada en este mundo es gratis, inspector… De ahora en más usted paga mis meriendas.
Un par de minutos después en que dejé que comiera en silencio, pregunté:
— ¿Quién sos?, ¿por qué estás interesado en hacer esto?
Doyle sorbió de su humeante taza, y respondió con seriedad.
— Porque alguien debe hacerlo… Con respecto a quién soy creo que ya se lo dije: Soy Auguste Doyle, el nuevo detective consultor de la policía local.

Una hora después, cuando estuve solo en la mesa de aquél barcito, comencé mi jugada.
Guardé la taza en una bolsa estéril para así tomar las huellas.
Para la tarde del mismo día la central me dio los resultados del análisis, el resultado era ridículo: Las huellas pertenecían a un hombre de setenta y ocho años que vivía en Capital Federal de nombre David Greco. Auguste Doyle había anticipado mi pensamiento. Entonces mi celular sonó.
La voz familiar de un joven demasiado perspicaz habló del otro lado de la línea:
Jaque Mate.


    1- Coeficiente Intelectual: Resultado de algunos test estandarizados diseñados para valorar la inteligencia.
    2- Inspector Clouseau: Es el torpe inspector de la Pantera Rosa, cuyas investigaciones siempre están marcadas por el caos, los desastres y los accidentes causados en gran medida por él mismo. 

3- Los tres chiflados: Fue un grupo de actores estadounidenses, activo entre 1922 y 1970, conocidos por sus cortometrajes en donde cultivaron una comicidad basada en la violencia física y en el juego de apuestas. Sus integrantes principales son mejor conocidos como: Moe, Larry, y Curly.
4- El cascanueces: Es un cuento de hadas-ballet estructurado en dos actos estrenado en 1892. La música fue compuesta por Tchaikovsky entre 1891 y 1892.
5- Lionel Messi: es un futbolista argentino, juega de delantero en el F. C Barcelona de la Primera División de España. Y en la selección Argentina.

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